De lo desechable de la vida.
Querido amigo Edgardo,
Te escribo esta carta para compartirte mis sentimientos más ordenadamente (y porque no me funciona el WhatsApp).
Me puse a pensar en la transición que estamos viviendo entre la educación "represiva" de nuestros padres y la "liberal" de nuestros hijos. Y no es que esté buscando un solo camino o concepto correcto, nada más estoy escarbando en mis pensamientos, permitíme compartirte éstos antes de desecharlos más tarde al basurero de mi mente.
Pasamos los días diciendo que las cosas deben suceder sin presión justificando así nuestra falta de compromiso y empatía con el otro, que, capaz, está haciendo que suceda mientras vos te quedas esperando a que todo suceda sin mover un dedo para hacerlo realidad.
Es cierto que nos vimos forzados y necesitados a deconstruir muchas cosas viejas, es lógico no querer volver a vivir ese "amor de nuestros padres", con mucho compromiso sin amor y mucha responsabilidad sin felicidad, pero creo que se nos está yendo de las manos y deconstruyendo el pasado empezamos a ser incapaces de construir un presente. Nos quedó tan claro lo que no queremos y se nos olvidó respondernos: ¿qué es lo que quiero?
Nos comunicamos con los demás desde lo desechable, desde lo esporádico. Nos fumamos tanto la vida que terminamos quemándolo todo.
Dejando que todo fluya y esperando a que suceda lo que tenga que ser perdimos la capacidad de sentarnos a hablar y debatir, a crear criterios, a escucharnos, a darnos oportunidades.
Todo se a vuelto tan desechable que nos convertimos en humanos plastificados, desechamos personas como desechamos las 1 millón de toneladas de plástico que generamos al día.
Hoy día consumimos personas como consumimos cualquier objeto (igual al que podes tener hora en las manos), entramos al catálogo humano que llamamos redes sociales y elegimos a los que vamos a consumir y a los que no con la facilidad de un like.
La libertad la re contra blasfemamos usándola para nombrar a nuestra incapacidad de compromiso para desechar sin culpa, a nuestra incapacidad de empatía para maldecir bajo el título de libertad de expresión, a nuestros miedos disfrazados de "hago lo que quiero" y "ni ahí estoy".
Y el final de estos discursos siempre es miedo. Miedo al fracaso, miedo a mostrarme vulnerable, miedo y terror a ser lastimados. Y no nos culpo, todos somos sólo niños profundamente heridos, aparentando vivir como adultos cuerdos.
Entonces, ¿somos tan desechables por plastificados o por nuestro miedo a vivir?
Post Data: No te hagas el escandalizado, que, hace tiempo ya, nos dimos cuenta que no es a la muerte a la que tememos, sino a la vida.
Tu amiga que te quiere, con desechos incluidos,
Cata.
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